En estos días, ¿alguna vez has escuchado a alguien decir: “¡No me juzgues!”, que a menudo se dice con ira?
Un joven delgado y de aspecto hambriento, vestido con pantalones a cuadros que eran demasiado cortos, con una camisa con cuello de punta, grandes gafas de sol y un sombrero negro, antes de que nadie pudiera decir nada, dijo: “Camina una milla en mis zapatos, mira lo que veo, escucha lo que oigo, siente lo que siento, DESPUES tal vez entiendas por qué hago lo que hago, “hasta entonces, no me juzgues”. No dijo todo eso a nadie en particular, con una burla de desprecio en su rostro y condescendencia en su voz. Nadie había dicho nada, nadie hizo una mueca ni puso los ojos en blanco, sin embargo, aun así allí estaba mostrando su defensa.
En estos días, lo escuchamos todo el tiempo, especialmente en los campus universitarios. Es casi como si cuando se pronuncian las palabras, “no me juzgues”, sintieran que les permite salir de la responsabilidad, ganando mágicamente la aprobación unánime inmediata de todos los que los rodean. Todo lo que la persona tiene que hacer es decir “No me juzgues” y nadie puede tocarla.
Una mujer joven que puede haber estado a dieta recibe una galleta con su café de la mañana. No has dicho nada, solo estás sentado allí con tu café, pero ella te vio mirando a la galleta. De su boca sale “No me juzgues”. Y te preguntas, ¿juzgarte de qué?
Para mí, me pregunto, ¿qué quieren decir estas personas cuando dicen esas tres palabras mágicas que de repente los hacen libres de la tarea? Esas personas usan las palabras como si fuera un hechizo mágico de Harry Potter. Sin embargo, creo que lo que realmente están diciendo es más la agenda tácita de “no pienses menos de mí”, “no pienses que soy una mala persona” y “ni siquiera pienses que eres mejor que yo”.
Algunos incluso van tan lejos como para sacar las Escrituras de contexto, declarando: “Incluso Jesús dijo que no juzguéis, para que no seáis juzgados”.
¿Alguna de esas personas tiene idea de lo completamente imposible que es para cualquiera de nosotros no tener una opinión sobre el bien y el mal? Puede que no queramos admitirlo, y puede que esté tapado bajo capas y capas de pensamiento políticamente correcto, pero todos, absolutamente todos, tenemos preferencias y opiniones personales. No podemos escondernos en la “zona sin juicio” para siempre, eso no es vida, ni la vida funciona de esa manera. Ejercitar nuestra capacidad de juzgar, decidir lo que está bien y lo que está mal, es la forma en que decidimos ser morales o inmorales, éticos o no éticos, con principios o sin principios. Escondernos en la frase “no me juzgues” nos hace moral, ética y principalmente estúpidos. Sí, dije estúpido, y mi definición de estúpido es la ignorancia de lo que se ha dicho y se niega a escuchar.
Como dijo C.S. Lewis: “Dios es nuestro uno y único aliado en el universo, y lo hemos alejado de nosotros mismos”. Digo, Sus preferencias y estándares son nuestros estándares, y si Él no estableciera el estándar, solo habría oscuridad, caos, muerte y muerte.
“No me juzgues” parece ser una forma de alguien que nos dice que quiere lo que quiere, y que no se hace responsable de ninguna norma. En 1 Corintios, sin embargo, la palabra griega es diferente a la de otros lugares en lo que concierne a la palabra “juzgar”. En este caso, Pablo usa la palabra griega anakrino, que también se traduce como “escudriñar”, “investigar”, “discernir” o “examinar”. Así que, aunque Jesús nos prohíbe “juzgar” a los demás en el sentido de condenarlos, todavía estamos llamados a “juzgar todas las cosas”, usando nuestro poder de intelecto para investigar el mundo y discernir la verdad. Ahh… La verdad…. ¿Es eso lo que finalmente se está evitando? “No me juzgues”, “háblale a la mano porque los oídos no quieren oír”. Piensa amigo mío, usa tu cerebro y piensa.
He aquí un hermoso catecismo, Teniendo una conciencia moral presente en el corazón de la persona, la instruye y la impulsa en el momento oportuno a hacer el bien y a evitar el mal. También juzga las elecciones particulares, aprobando las que son buenas y denunciando las que son malas. Da testimonio de la autoridad de la verdad en referencia a la Bondad Suprema, a quien nos sentimos atraídos, y da la bienvenida a las normas y preferencias de Dios. Cuando escuchamos nuestra brújula moral, un hombre que vive con preocupación y tiene pensamientos para el futuro puede escuchar a Dios hablando.
Estoy seguro de que para aquellos que se esconden en “No me juzgues”, su brújula moral está, poco a poco, quedándose ciega por el hábito de la rebelión y la maldad intencionada. Parecen pensar que su ignorancia es de alguna manera invencible.
Decir “No me juzgues” parece dejar que las personas dejen de tener una conciencia que les permita asumir la responsabilidad de sus actos. Me sorprende que piensen que el simple hecho de decir palabras mágicas como: “No me juzgues”, de alguna manera los libera de cualquier culpabilidad por sus acciones.
He pensado que sería interesante tener una conversación con alguien que invoque la frase “No me juzgues”, preguntándole, en su opinión, ¿por qué, exactamente, cree que está siendo juzgado, y qué quiere decir con su uso de la palabra “juzgar”? De alguna manera, no creo que la conversación vaya bien. Tal vez algunos de nosotros tenemos tanto miedo de ofender a alguien o de ser acusados de ser intolerantes, que estamos olvidando cómo distinguir el bien del mal. Me imagino que cualquiera que diga: “No me juzgues” ya se ha juzgado a sí mismo y, en algún nivel, ya se ha dado cuenta de lo incorrecto de sus acciones. ¿Qué crees tú?
Gracias por escuchar, soy Social Porter para el Ministerio Viviendo en Su Nombre.
Traducción por Alfredo Milford Magni Sozzi.